El Lomitero
Existe en nuestra cultura un rito incluso más religioso que peregrinar a Caacupé un 8 de diciembre y no hablo de otro más que el de comer un buen lomito o hamburguesa a la madrugada de un fin de semana.
Es que por lo menos en un radio de 5 cuadras a la redonda, todos tenemos un carrito o un puesto fijo de estos alimentos cárnicos. Y ese olor a carne bien cocinada es el preferido de nuestras narices y automáticamente abre el apetito. No hay nada mejor después de una trasnochada que aplicarle uno de estos con abundantes salsas (por lo general se pone un poco de todas las que están en el mostrador). Y acompañados de una buena gaseosa de la marca que prefieran pero que debe ser sabor cola (los otros sabores no complementan tan bien con el sabor de la carne).
Ya sea la actividad que realicen, ir a un concierto o ir a bailar o algún acontecimiento social de otro tipo que les haya llevado parte importante de la noche y madrugada. El estomago te pide a gritos uno de estos manjares. Sea la hora que sea siempre están abiertos, unas veces repleto otras veces vacio eso depende de la suerte de cada uno. Y dependiendo de la capacidad de cada quien, uno o dos servirán para saciar el hambre, existen casos extremos de tres pero son muy raros de encontrar, confirmar el lema de “barriguita llena corazón contento” y por ende ir a la cama con una sonrisa.
(foto de La Cajita Infeliz)
Sería la coronación perfecta a una noche gloriosa o el suave y alivianado consuelo a una noche de perros. Para los mas chuchis que dicen “qué grasa, qué asco comer en una lomiteria” (pronunciar con papa en la boca para que suena mejor), les hago pequeños desafíos: busquen a su restaurant de hamburguesas yanquis abierto entre la 1 y las 5 de la mañana, nunca lo encontraran. La hamburguesa de un lomitero cumple los requisitos para ser una hamburguesa no como en sus restaurantes que se ven y saben a juguetes de plásticos (sin mencionar que la carne para su fabricación es de dudosa procedencia).
También las verdaderas hamburguesas cuestan tres veces menos que el prototipo o maqueta de comida que te sirven el payaso y el rey de la carne. Y una de las cosas más importantes: sentir el “juguito” deslizarse por tu boca no tiene precio y solo lo sentirán en un lomitero.
Así que ya saben, la próxima vez que sientan el olor de la carne cocinándose olvídense de la dieta o lo que sea que les impide comer y dense el gusto porque ese es uno de los placeres paraguayos más placenteros, valga la redundancia, que hay. Y también mantengan constante el recuerdo de esa hamburguesa o lomito pues también resulta muy reconfortante.
Alguna vez entre todas las leyes estúpidas y ridículas que aprueban nuestros congresistas tendrán que tratar y sancionar alguna que decrete un día nacional del lomito para todos los que religiosamente disfrutamos de este gran invento culinario.
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